Cont.: Verano 2011…

Fue la publicación de El año de Saeko, de Kyoichi Katayama (Ed. Alfaguara) y una recomendación (y por qué no decirlo, el tamaño del libro, tan apto para la toalla, la tumbona o la silla de la playa) lo que me llevó a leer Un grito de amor desde el centro del mundo, supuestamente, la novela japonesa más leída de todos los tiempos. El título no presagiaba nada bueno pero no pocas veces nos engañan los traductores. Historia de un amor adolescente, idílico y perfecto que se ve interrumpido antes de que la rutina, el aburrimiento o el enfrentamiento con la complejidad de la edad adulta consigan acabar con él (de aquí su perfección). No logró emocionarme ni conmoverme aunque, gracias a su brevedad, tampoco consiguió aburrirme. Me pregunto qué pintaba Sakutaro con los padres de Aki y las cenizas de ésta yendo a Australia… (el libro comienza justo a la vez que ese viaje y a partir de ahí, es el propio Sakutaro quien narra la historia). Dudo que un adolescente de dieciséis años sea capaz de pronunciar una frase del tipo A mí, una sola muerte me ha despojado de todas mis emociones. A lo mejor en Japón sí…. El problema es que tengo El año de Saeko en la mesilla (cometí el error de comprar los dos libros a la vez), y aún no sé muy bien qué hacer con él.

Los últimos días de mi retiro vacacional los dediqué por entero a la La viuda embarazada (Martin Amis, Ed. Anagrama), curioso título que, esta vez sí, concuerda con el original. Pero que no os lleve a equívoco;  la viuda embarazada es la expresión utilizada por Alexander Herzen (confieso haber buscado este nombre en Internet), para definir la herencia que nos deja la muerte de las formas contemporáneas del orden social y, en definitiva, la muerte del mundo tal y como lo conocemos en cada momento. Eso es lo que Amis quiere mostrarnos en su novela a través de la narración de las vacaciones de un grupo de veinteañeros  en un castillo en Italia en el verano de 1970, es decir, en los inicios de la revolución sexual y, como ha apuntado el propio Amis, del feminismo. Y será precisamente el sexo, si bien expuesto desde una perspectiva más allá de lo físico, el elemento que sirva de nexo de unión entre los personajes;  la visión que cada uno de ellos tiene del mismo, la percepción «sexual» que todos ellos tienen entre si de forma recíproca, así como las vivencias sexuales, más o menos procaces, que hayan tenido y tendrán durante ese verano, serán los ingredientes a partir de los cuales se nos exhiban sus respectivas personalidades. En algunos momentos, parece que nos encontremos casi casi ante un «dime cómo follas y te diré cómo eres» o un «eres lo que follas» o quizás, por el contrario, estemos en realidad ante un «follas lo que eres»….. Amis busca (y en cierto modo consigue) ahondar en los efectos que en cada personaje tendrá lo que acontezca ese verano, como si éste fuera un anticipo de lo que será el resto de sus vidas. El protagonista, Keith Nearing, se nos muestra como un proyecto de escritor inmaduro, hedonista, superficial y narcisista que lee de forma casi compulsiva novelas de Jane Austen, las hermanas Brontë o D.H. Lawrence. Como contrapunto y, a la vez, complemento necesario, encontramos a su ex-novia-amiga Lily, promotora de esas vacaciones,  insegura y algo superada por una revolución sexual de la que no quiere, en modo alguno, quedarse al margen. Referencia obligada es el personaje de la hermana de Keith, Vi (Violet), que resultará arrollada por esa revolución que exige la malicia de Scheherazade o de Rita para sobrevivir. Vi, alter ego de la hermana del autor muerta a los 48 años víctima de las drogas y el alcohol, en palabras del propio Keith,  no es una mujer; es en realidad una niña grande en un mundo de adultos que no busca en el sexo más que seguridad y que sin duda encarna la noche de desolación y caos que habrá de discurrir, según Alexander Herzen, entre la muerte de un mundo y el nacimiento de otro. Amis se regodea en la descripción de escenas acontecidas en ese verano, algunas de las cuales resultan tremendamente similares entre si, si bien salpicándolas de referencias al futuro del protagonista. Tras esa disección de lo acontenido en Italia, donde el tiempo parecía no transcurrir, dedica los escuetos últimos capítulos a narrar, de forma casi telegráfica, lo que ocurre en los años posteriores con la evidente intención de incidir en que ese verano, espacio temporal breve que ocupa no obstante la mayor parte del libro, fué el cénit que marcó definitivamente la vida de los personajes: lo que aconteció antes es irrelevante; lo que acontece después es una consecuencia de lo ocurrido en el castillo. De hecho, en algún pasaje del libro que no logro encontrar el propio Keith afirma que ese verano fué lo único real de su existencia y, sin duda alguna, lo mejor de ella (Permitidme una licencia al recordar a J. Manrique: Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando, cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor.)

El feminismo es el otro eje de la narración si bien concebido como necesidad, por parte de la mujer, de comportarse como un hombre para ser capaz de sobrevivir a esa revolución sexual y, sobre todo, participar de y disfrutar con ella (Era ya obvio que toda adaptación dura y difícil iba a recaer sobre las chicas. No sobre los chicos, que ya eran todos así, de todas formas. Los chicos podían seguir siendo chicos. Eran las chicas quienes tenían que elegir. Y la ingenuidad, probablemente, se había terminado. Tal vez, en aquella nueva era, las chicas necesitaban miras. Pág. 394). Lily lo intenta, quiere hacerlo, pone todo su empeño en ello (Si no nos gusta, siempre podremos… Quiero actuar como un chico durante un tiempo. Y tú no tienes más que seguir siendo como eres. Pág. 36), si bien, es sin duda alguna el personaje de Gloria el que mejor encarna esa «metamorfosis» necesaria con la creación de las «chicas-polla», figura metonímica que se repite a lo largo de todo el libro y con la que la propia Gloria se siente totalmente identificada (y así la verá el propio Keith).

Resulta casi obligado decir que la narración trata otros temas en absoluto menores (y que no pasarán desapercibidos a quien decida enfrentarse a ella) cuales son la imperiosa necesidad de construirse a uno mismo (contraportada del libro), la búsqueda de la aprobación de la «comunidad», a la que se contrapone un individualismo exacerbado, o la inseguridad y el miedo propios del momento de transición hacia la edad adulta. No obstante, tengo que reconocer que la lectura me costó. La viuda embarazada no es un libro fácil ni una novela «al uso» (por momentos incluso dudé de que fuera una novela en sentido estricto); requiere disección y ciertas dosis de ejercicio mental. Probablemente  lo leí en un contexto inapropiado (no es libro para toalla ni para tumbona) pero lo cierto es que me quedé con la sensación de que le falta algo para que pueda afirmar que me ha parecido un libro redondo, aunque no sabría decir qué; me encantaría que me diérais alguna pista. Lo que sí sé, es que ese «algo», para mí, resulta esencial. En todo caso, tengo más que claro que le daré a Amis una segunda oportunidad (no había leído nada suyo hasta esta viuda embarazada; se admiten sugerencias) y no me cabe duda de que a muchos de vosotros os gustará, y mucho. Quizás, en realidad, esa segunda oportunidad me la esté ofreciendo él a mí.

Pag. 404: ¿Qué se hace en una revolución? Esto. Te apenas por lo que se va, reconoces lo que permanece, saludas a  lo que llega.

Esto es lo que han dado de sí mis días de retiro. Gracias a los que habéis llegado hasta aquí; aunque solo sea por lo de siempre.

PD:  las nueces, con vuestro permiso, las  reservo para mí.